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El peor país del mundo

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 Disturbios en China.

Disturbios registrados por la muerte a martillazos de un joven a manos de la policía.

Wenzhou, en mi recuerdo, cada vez más lejano, con media docena de visitas a una ciudad devastada por ese supuesto progreso chino: río ennegrecido hasta límites imposibles de admirar más de cuatro segundos sin que una arcada te brotara, edificios desconchados que se levantaron sólo hacía una década, tráfico horrendo en donde la incapacidad del conductor jugaba un importante papel a la hora de los atascos, y el cielo, espejo del río, más negro que el carbón. Mis primeras amenazas de brotes psicóticos las padecí allí. Y entonces comprendí que así será China en menos de una década. Hecho éste que está ocurriendo sin que yo necesite ser Nostradamus. Porque Wenzhou, famosa por ser la primera zona de China que envió población al mundo exterior en el pasado siglo, fue la primera en recibir a esos nuevos ricos que levantaron una ciudad nueva que hoy ya se cae a pedazos.

Hoy hablo de Wenzhou porque nadie habla de ella. Los medios internacionales sí; los patrios (El Mundo, El País, ABC, La Razón, La Vanguardia…) no. ¿Y por qué será? ¿Falta de tiempo? ¿O es que la noticia que ya ha saltado hasta al New York Times no les parece interesante?

Se habla del naufragio del Sewol, buque surcoreano repleto de adolescentes que por evidentes negligencias humanas fue tragado por el mar; se comenta el incendio de Gibraltar, como si aquello tuviera tanto interés; y se escribe de lo de siempre: Ucrania, la Maratón de Bostón –siempre esa basura de los aniversarios que ahorran trabajo a los periodistas; porque habrá un día en que toda la información serán efemérides–, y como es lunes, las ligas extranjeras, con el Liverpool, Pep y el campeonato del Benfica.

Pero ayer Wenzhou, ciudad fea donde las haya, contaminada hasta el insulto máximo al ser humano, se levantó en armas (patadas, palazos y puñetazos: nada de Kalashnikov) para matar a cuatro matones típicos del gobierno chino –cuántos hay, qué mal actúan y qué poco nos cuentan sobre ellos El Mundo, El País, ABC, La Razón, La Vanguardia y El Confidencial, que ahora se apunta al carro de la prensa seria e internacional, manteniendo el silencio sepulcral cuando de las atrocidades chinas hablamos– que previamente habían matado a martillazos a un tipo que quiso inmortalizar con su cámara la paliza que se estaba llevando una tendera de un mercado callejero. Porque así funciona China. Desde que Mao Zedong tomó el poder y hoy, sus herederos, con trajes italianos y maneras occidentales, se siguen pasando por la piedra, indiscriminadamente, a cualquier desgraciado que habite el país –pienso que el 90% lo son– mientras los nuestros se mantienen en un letargo informativo que espero algún día les pase factura. Porque en el peor país del mundo, indudablemente, no podían más que estar los peores periodistas del mundo. Y asumo que yo vivo en Camboya porque no puedo hacerlo en Japón. Así es la vida y es de justos reconocerlo.

Una vendedora ambulante vilipendiada –seguramente no cedió su pubis ni parte de sus ingresos a los matones del gobierno– y alguien que intenta tomar fotos para denunciarlo. Luego, a martillazos con el que intentó ser justo. Muere. Y a partir de ahí, el milagro: miles de personas apalean a los cuatro matones hasta causarles la muerte. Los disturbios siguen, ya que el disgusto de ese pueblo no se puede reducir sólo a esa triste y sangrante anécdota. Porque China, por mucho que crezca, sigue siendo un país tan lejano del ser humano que se esperan muchas más reacciones como esta. Aunque nuestros periodistas se nieguen a contárnoslo.


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